El 2023 me encontré en pozos muy profundos y oscuros con mi salud mental. Diariamente tenía un abanico de pensamientos que iban desde cuanto amo a mis gatos hasta que soy la persona más espantosa e insoportable que caminó la tierra, esto es sin decir los que se me cruzaron los peores días. Muchos día fue de 0 a 100, sin escalas, sin previo aviso, y lo peor de todo, sin tener manera de solucionar o frenar mis problemas.

Me guardé la mayor parte de estos pensamientos para mí, no quería cargar a la gente de mi alrededor con mis “problemas”. También sentía que en los ojos de otra persona no serían para tanto cuando en realidad me estaban hundiendo cada vez más profundo. Trataba de mantener una sonrisa, de ser la Mia amorosa y sonriente que todos esperan que yo sea. Mi vida, en muchos aspectos, fue una obra de teatro. No me interesa que la gente sepa lo que me pasa porque en mis ojos, que sepan lo que me aflige los hace poderosos. No iba a entregarle al mundo un cuchillo que solo me podría matar a mi.

Me encontré que estando rodeada de gente que me llena de amor todos los días no era suficiente para mantenerme sin llorar en la ducha donde nadie podía diferenciar las gotas de agua de las lagrimas. Si bien tengo un amor por la vida dramática y teatral, jamás pensé que realmente me sentiría así. Me encontraba planteandome si mis problemas eran una fabricación de mi cerebro o si realmente eran cosas válidas, siendo que no me considero una persona con problemas “reales”. Mi psicóloga me dijo que no hay problema que no sea real si es que a mi me afecta, porque aunque no haya fundamentos detrás de ellos, al afligirme a mi, me están generando un problema. 

Fue un año duro para mí. A mi directamente no me pasó nada que en mis ojos sea realmente grave pero visité tres hospitales por tres personas diferentes, de las cuales dos terminaron falleciendo. Vi gente que me importa mucho al borde de la muerte, vi gente que me importa mucho quedarse dormida para no despertarse nunca más. Todo esto en mí pesa mucho. Me tocó visitar el hospital donde falleció mi abuela, oler ese olor tan característico de los hospitales, me tocó llorar en pasillos al lado de gente que realmente estaba pasando un mal momento. Fue retroceder en el tiempo y sentir que en una de esas habitaciones de hospital se estaba yendo la mujer que más amé en mi vida. Sentí que cada minuto que pasaba en un hospital, me restaban cinco de vida.

Creí poder con todo, creí que no me había dolido tanto que fallezca mi abuelo porque se había ido feliz, creí que terminar la facultad no había hecho nada en mí, creí que era indestructible. Hasta que me encontré llorando desconsolada en la cama de mi novio porque no podía seguir, todo era pelea y todo el mundo me parecía nefasto. Me encontré llorando por lo que perdí, llorando por no poder disfrutar todo lo que gané este año. Lloraba porque finalmente se me estaba cayendo la mascara que me había puesto el primero de enero de 2023. 

Me encanta llorar, siento que me hace menos pesada por dentro. Realmente lo disfruto y no lo veo como una muestra de debilidad, solo que no quería ser la Mia sensible que llora. Quería dejar de ser yo por un tiempo. El año pasado llorar simbolizaba que mi sensibilidad había podido conmigo. El año pasado yo no fui yo, transité el año con la mente en otro lado. Haciendo mi mayor esfuerzo por que el resto no se de cuenta pero por dentro me estaba desarmando. Me dejé a mi en una caja y saqué a relucir lo que creía que era la mejor versión de mi. 

Sigo procesando todo, no voy a mentir. No me es fácil digerir todo lo que pasó y todo lo que sentí. Tampoco pretendo hacerlo de un día para el otro pero tengo que tener más de algo que me es escaso: paciencia. Veré como transito este año nuevo que, por más cliché que me suene, lo siento como una oportunidad para realmente dejarme ser yo. Quiero procesar lo que me pasa, quiero ser sensible. Priorizar mi salud mental es lo que pretendo hacer.
No quiero pasar otro año en un pozo.
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