Cuando me mudé sola no había sanado ninguno de mis dolores que tenían que ver conmigo misma. No quería estar sola porque implicaba encontrarme con mis pensamientos y ser juzgada por ellos. Por años mis dolores me juzgaban, o eso sentía yo. Por mucho tiempo me obligaba a quedarme dormida mirando el celular porque en el momento que la pantalla dejaba de iluminarme la cara en la oscuridad, todo era llanto y me encontraba siendo atacada por mí misma. Me tenía miedo, además de no querer estar bien por miedo a “perder” mi sensibilidad, tenía miedo de encontrarme con lo que había estado camuflado en mi cabeza por tanto tiempo. 

Pasé más de un año con mi puerta siendo giratoria porque no quería quedar sola en mi propio espacio. No encontraba nada bueno en nadie, ni en mi, ni en mi arte. Lo único bueno eran mis gatos porque no hablaban porque estoy segura que lo primero que me dirían es que me deje de joder. No me parece mal estar mal, me parece mal la comodidad que encontré en ese estado. Vivía en una especie de estado catatónico.  

A veces me era difícil creerme que algo me pasaba porque siempre fui lo que yo llamo “el alma de la fiesta”. La persona que todos esperan que sonría y que esté bien, la romántica, la dramática pero nunca la que realmente está mal. Era más divertido ser ella que sanar y encontrarme conmigo. Cuando la diversión desaparece y la fiesta termina ¿con quién iba a encontrarme? No tenía ni idea.

La realidad duele cuando estuviste escapando de ella por tanto tiempo: admitir lo que te pasa te hace más fuerte que escapar. Enfrentar la vida sola te hace ser adulta antes de tiempo. Salir del otro lado de una situación con el corazón en la mano porque te salió por la boca. No saber para donde correr porque donde vayas siempre vas a estar vos misma, y vos sos la persona con la que menos queres estar en el mundo. Solo describir la desesperación que sentís por querer dejar de existir me acelera el corazón. Emocionalmente no hay nada más bajo que querer desaparecer. No queres morir y que todos sufran, no queres que te extrañen, simplemente deseas nunca haber existido. 

Rescato muchas cosas de esta experiencia de vida como por ejemplo después de pasar esto, cuando por fin te podes ver al espejo, cuando por fin podés estar sola, todo es más liviano y te das cuenta que capaz no todo es terrible para siempre. Se prende la luz al final del túnel y caminas más despacio porque ya no tienes apuro. Al menos así siento la vida yo ahora: más liviana, más disfrutable, y por sobre todo mía. Me di cuenta que si yo no quiero estar conmigo misma, no voy a querer estar con nadie y nadie va a querer estar conmigo. Me es más fácil escribir sobre lo malo que pasé porque todavía estoy encontrándome a mi misma del lado que me gusta de la vida.

Es difícil dejar que me quieran por quien soy cuando estoy bien porque el mundo está conociendo esta versión de mi al mismo tiempo que yo estoy conociéndola, y eso me genera un poco de desesperación. Me gusta más la gente que me rodea cuando estoy bien. Son los mismos de siempre solo que ahora los veo distinto. Antes todo y todos pasaban por un filtro involuntario que ponía. Ahora lo que perciben mis ojos y lo que siente mi corazón no pasa mas por una trituradora antes de llegar a mi cerebro. Nada bueno llegaba a mi porque no tenía la capacidad de entender que me merecía las cosas buenas, que las necesitaba. 
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