Cuando vengo a Mar del Plata me gusta ir a buscar caracoles con Juan. Me lleva a un tiempo pasado, cuando era chica íbamos en bicicleta a un lugar cerca de donde vivíamos y buscábamos caracoles y cangrejos. Cada vez que encuentro un caracol o una piedra que me gusta siento la misma emoción que sentía de chica. También me gusta que Juan entiende mi emoción, me gusta como me mira cuando me emociono por encontrar un caracol. Siempre que venimos buscamos caracoles para nuestros collares y los usamos por toda nuestra estadía acá. Se volvió nuestro momento de los días de verano.

A veces siento que el mar me regala algunos caracoles, me gusta pensarlo así. Cuando busco caracoles siento que el mar borra por un rato lo que me pasa, se lo lleva al fondo y lo convierte en caracoles que después llevo en el cuello, que Juan lleva en el cuello. Se vuelven livianos, lindos. Vuelvo a ser la nena sin problemas ni preocupaciones que fui, le pido prestada la paz y la inocencia que tenía. Después de buscar caracoles vuelvo al hoy con ganas de vivirlo.
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