No sé qué es esto que siento, mi familia, mi novio, mi psicóloga lo llaman calma pero a mí me está generando un revuelo. ¿Qué es esto de interpretar lo que estoy pensando y sintiendo? ¿De dónde sale este control que poseo sobre mi cabeza?
Vivi veintitrés años de mi vida con una mente descontrolada e invasora. Nunca pude frenar algo que mi cabeza producía para que no arruine mi realidad, la línea entre la imaginación y la realidad era inexistente. Mi vida se trataba de un mundo místico donde no sabías dónde terminaban las fabulaciones mentales y donde empezaban los hechos. La tragedia imparable que era mi mente pensante y mi corazón sensible.
Siempre pensé que era peligrosamente frágil pero entendí que ser sensible sin miedo es parte de una fortaleza que cada vez la tiene menos gente. Tuve una mente descontrolada que me aceleraba los latidos con tan solo generar una idea de algo. Todas cosas que sin saber usarlas a mi favor se vuelven cuchillos de doble filo. Ahora la única que tiene un cuchillo soy yo, y lo tengo bien guardado. Ya no me puede lastimar lo que me hace fuerte, lo que me hace quién soy.
Mi calma no es la habitual que vive la gente en su día a día. No existe el silencio en mi cabeza; antes era todo barullo, ahora son conversaciones conmigo misma. Dominé el arte de la alquimia y ahora soy imparable. Lo malo no es tan malo si lo miras con la mente correcta.
Pasé, y sigo pasando, procesos difíciles donde no sé qué hacer conmigo misma. Todavía hay días que la recién descubierta calma me desespera porque mi cabeza no sabe que es esto de tener lugar para hacer conmigo misma lo que yo quiera. No todo es color de rosa, por más que no me guste, porque no renazco de un momento a otro; no soy un ave fénix, soy una persona.
A veces se me olvida que soy solo una muchacha.
Le llamaría “encontrando un balance” a mi estado mental de este momento. ¿Acaso existe un balance perfecto entre el descontrol y la calma? ¿O me voy a pasar la vida saltando de un lado de la raya al otro? Muchas preguntas, pocas respuestas. Con la diferencia de que ahora no tengo apuro por obtener respuestas a todo. No quiero respuesta a todo porque hay preguntas que me hago que son mejores sin responder.
La paso mejor desde que no le busco respuesta a todo en la vida. No me preocupa la razón detrás de las cosas que me pasan, no busco un “por qué” al accionar de la gente que me lastimó, no le doy más de una vuelta mental a las cosas. Lo que me pasa tiene un rato en cada parte de mi y después la ordeno donde va.
Estoy entendiendo que me gusta mi vida y que estoy donde estoy gracias a mi misma. Si tengo quejas sobre algo me las tengo que ver conmigo misma, y si tengo que estar agradecida a alguien por haberme traído hasta acá también es a mi misma. Era de mirar mucho lo que el otro tenía que yo no, fijarme en los cinco que me faltaban para el peso en vez de mirar los 95 centavos que ya tenía en la billetera. ¿Por qué no me bastó ese 95% todos estos años? ¿Era ambiciosa o simplemente autoexigente? ¿Era autoexigente o masoquista?
Cada vez me cuesta más ponerle el dedo a las cosas de mí que no me gustan porque me encuentro con que cada vez me gusto más. Soy tantas cosas que conozco y tantas otras que me falta conocer, pero aún así sé que me van a gustar porque, como dice la frase “no hay mal que por bien no venga”. Todo lo malo que me pasa, todo lo malo que soy, es también parte de lo bueno que constituye mi día a día.
Al final del día soy una muchacha, sin solo.